Con un corazón irreversible.

Mientras veíamos llover el cielo azul de un domingo, cerramos en conjuntos nuestros ojos, soñamos lo más tierno y amoroso… era una historia de nunca acabar y todo aún estaba por comenzar. Tus ojos, tus ojos perdían el miedo habitual y de la mano solíamos saltar.

La noche estaba por delante, mas pensar en aquello no me atemorizaba como antes, me sentía segura al fin, segura de las pesadillas, de las ardillas y de mi misma. Aquella noche soñé lo que mas tarde escuche, era la hora de tu partida. El arco iris se escondió, tus labios cambiaron de color, mis ojos de lagrimas llenaron el colchón, mas nada pude hacer, ya no te podía retener. A oscuras, antes del amanecer una estrella llegó a iluminar mi ser, sonrisas robó, pero la angustia seguía en pie.

Ya no comía, no bebía y gran sed tenía… mas el agua en grandes cantidades existía. Ya no quería ver el amanecer, no quería observar el atardecer, las flores ya no esperaban mi venida, los árboles bailaban, porque, de lo contrario, se entristecían, lo animales dejaron de hablar nuestro idioma y se perdieron en su mundo… ya nada era igual, ya todo cambio, ya solo era un recuerdo y las mil cenizas de rosas dispersas aun en el aire.

Las horas me han dejado, los días se han marchado, el tiempo me ha abandonado y de pronto, en algo similar a un amanecer, me encuentro con que es invierno otra vez, los árboles desnudos me ven envejecer. Los niños ya me tratan de usted, los saltos al vacío se han olvidado… y si volvieras seriamos tres en vez de dos.

Como el fin de una canción, concluye la historia de un sueño, aunque algo más triste que su introducción. Con un beso al vacío me despido en re menor.